¿Ché nolinísa Ana?
Y, ¿cuando Ana regrese?
Un viaje a la ciudad, que se convertirá finalmente en su nuevo lugar de residencia, no cambia la visión que de la vida tiene la pequeña Ana desde su nacimiento e infancia ralámuli, aunque pareciera estar sufriendo un proceso de aculturación diferente por la influencia de la vida mestiza y que su destino indígena amenaza con transformar ancestrales costumbres cultivadas en su comunidad. Cuántas cosas ella podría perder es algo impredecible, a lo mejor se quedaría solamente con parte de su indumentaria y de su lengua, aunque seguro es que, luego de jaloneos en lo más recóndito de su corazón, estará siempre latente el deseo de regresar e integrarse nuevamente con los suyos a presenciar, primero, y a ser partícipe después, de las carreras de ariweta y ralajípali.
Enterarnos cómo Ana comparte saberes aprendidos en su comunidad por la tradición oral lleva su dosis de ganancia: conduce a que en la ciudad la gente conozca también algo de la vida ralámuli, lo que a su vez lleva a conservar vivos aprendizajes que difícilmente se alargarían mediante la oralidad, esa práctica que sufre tantos ataques de su peor enemigo y que muchas veces nos muestra su cara más fea: el indetenible tiempo.
En su nuevo espacio comunitario niños y adultos vecinos, profesores y condiscípulos, con frecuencia solicitan a Ana tales o cuales explicaciones de la vida ralámuli, a lo cual accede no sin buenas dosis de desconfianza: después de que la sierra viviera en carne propia desde hace 400 años cientos de vejaciones por parte de los chabochi; de permanentes insultos menospreciando su importancia como cultura indígena, de incontables atracos en sus propiedades y hasta en su idioma, de tramposas imposiciones culturales de autoridades civiles, militares y religiosas, de pisotear en la práctica sus derechos, de criminales abusos arrebatándoles un territorio, de llevar a los de su raza a un exilio forzoso y un largo etcétera, resulta de lo más natural.