Sala de espera
Sala de espera no es un libro, sino tres. Su forma, como el fuego, surge con la primera hojeada: una base que da soporte a la llama creciendo con el viento, que ilumina la noche con sus colores vibrantes y se extiende de la tierra hasta el cielo, sus brasas vuelan y se pierden en el horizonte. Una figura triangular perfecta que, conforme vamos adentrándonos a ella, giramos y giramos. Una de las autoras apuntala, en una dirección, en otra, rumbo a la melancolía, al deseo furtivo, a un incierto futuro que desata una crisis de ansiedad. Dos autoras le dan soporte, permanecen con los pies en la tierra, soplan, palmotean al fuego.
El libro resalta lo estético de la cotidianidad: reconocer el sonido de una gota que se fuga, como las lágrimas que recorren nuestra cara y se pierden entre los dedos; la dolorosa belleza de una cicatriz que bien puede ser signo de una vida [del deseo de una vida] o del paseo cercano a la muerte; la sencillez de una palabra elaborada y rimbombante en medio de un cuadro popular; la apropiación de rituales y magia heredados de nuestros ancestros para dar forma a los pensamientos que llegan sin invitación, que se quedan en un presente en el que nos sentimos incompletos.
La ausencia toma diversas personalidades en Sala de espera.