Aquí había una frontera
Los días de Felipe, en un departamento en la Ciudad de México, que apenas puede pagar junto con su roomie Elio, transcurren como si fueran eternos, en medio de borracheras, crudas, mujeres, risas y desilusión. Ambos treintañeros conforman un ser articulado de inercia, a medio camino entre la inmadurez y la adultez. Hasta que aparece Frida, una artista urbana, “estatua viviente” de las calles, que parece haber llegado a escombrar el cochinero de sus vidas y de sus aposentos, mientras se divierte con ambos amigos a sus costillas. De manera irremediable, ese ser de dos cabezas, la engulle para descubrir que ha sido siempre ella la de la voz cantante en el trío. ¿Qué se espera de un espejo?, se pregunta el protagonista de esta novela sobre el final de la juventud. Acaso el reflejo de lo irrecuperable, el rostro de los anhelos incumplidos, la mueca del desazón ante el porvenir. ¿Dónde queda la frontera de lo que pudo ser? “Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican y reproducen la realidad”, susurra una conciencia en el cuarto de un motel.