Herir en lo sensible
Ensayos de crítica literaria
En su “búsqueda de gloria y fama inmortales” –expresión predi¬lecta de Miguel de Unamuno–, el filósofo mexicano Emilio Uranga (1921-1988) no anheló jamás los laureles del best-seller. “Me pronuncio rotundamente en contra de los que suponen que escribir es la petición más elocuente para que se nos reconozca y alabe”. Trabajó mucho y con denuedo –llegó a publicar más de 200 artículos en un año–, casi siempre a solas y alejado de la Universidad, en esas grutas maravillosas de libros que eran sus departamentos. De sus acaloradas discusiones en los salones y los cafés de la Ciudad de México, en que chisporroteaba su inteligencia endiablada y su proverbial capacidad para desmenuzar ideas, no sobrevive, por desgracia, ningún registro. No tuvo discípulos. No le preocupaba tenerlos. No nos legó un archivo copioso y debidamente ordenado. De ahí que su nombre hoy no nos diga nada –o casi nada–. A este empecinamiento suyo en la dispersión, se suman las múltiples prohibiciones que lo mantienen aislado. Era (y sigue siendo) un personaje incómodo. Se peleó con José Gaos, Daniel Cosío Villegas, Edmundo O’Gorman, Carlos Fuentes, Octavio Paz y un abultado etcétera. Emilio Uranga siempre quiso y procuró ser un enfant terrible de la inteligencia mexicana. Es probable que en alguna importante medida haya sido el artífice de su propia leyenda negra.