La desconocida del Sena
A fines del siglo XIX, uno de los paseos dominicales de los parisinos los conducía a la Morgue donde se exhibían los cadáveres de los muertos en la vía pública y no reclamados por nadie. Construida en 1868 por el barón Haussmann que cambió radicalmente la fisionomía de París, era la segunda Morgue de la capital y se situaba en el muelle de l’Archevêché, en la Isla de la Cité, a unos pasos del Hospital del Hôtel-Dieu. Los cadáveres se alineaban tras unas vitrinas, semi-recostados y semi-desnudos, en espera de su eventual identificación. La muerte súbita se consideraba un infortunio; de ahí, la necesidad (y la obligación legal) de identificar a los cuerpos encontrados en la vía pública. Las ropas que llevaban a la hora de morir colgaban detrás de ellos, porque a veces ayudaban a reconocer al deslomado yaciente. Grabados de la época muestran a los variopintos visitantes que se aglutinan contra los cristales; predominaba la gente del pueblo, pues era un espectáculo gratuito, pero también acudían extranjeros advertidos por las guías “turísticas” de la capital.
La leyenda de la Desconocida del Sena, como siempre se la nombró y escribió, así, con mayúsculas, nació hacia 1900 y contaba que un empleado de la Morgue habría sacado a la joven de las aguas del Sena y que, maravillado por su enigmática sonrisa y la paz que se desprendía de su rostro, le habría hecho la máscara que se replicó inmediatamente en un gran número de ejemplares. En los años veinte y treinta, el molde de yeso solía encontrarse en casa de artistas e intelectuales, como si fuese un distintivo de la moda ornamental.