Quizá por eso sigo aquí
Akela tiene dieciocho años. Y tendrá dieciocho años para siempre, porque hay monstruos que a veces es imposible vencer.
Aunque quizá eso no es lo que importa. Quizá no es esa la historia que él quiere contar. O sí.
A lo mejor es inevitable que, para que te cuente cómo conoció a Danny y cómo ella les cambió la vida a su hermano Kai y a él, te hable de su enfermedad. De cómo descubrió que hay personas destinadas a ser algo tan inmenso como una amiga. Personas destinadas a ti, aunque vuestro tiempo juntos no pueda ser eterno. De cómo Kai entendió que, a veces, el amor sí salva. Y que los abrazos de la persona correcta curan. De cómo ambos olvidaron que vivir no es lo mismo que estar vivos. Hasta que llegó Danny, con su forma de sonreír, de coleccionar momentos y de tocar el ukelele, para recordárselo.