Reseña

El canto melodioso de un pajarillo me arrancó de los brazos del sueño, pero no era una serenata común; era un sonido desconocido, proveniente de un rincón inexplorado. La belleza divina de ese cántico celestial se vio de repente corrompida, metamorfoseándose en un aullido desgarrador, un lamento lastimero que emulaba el sufrimiento de un alma condenada. Era como si un portal hacia el averno mismo se hubiera abierto para liberar ese estruendoso grito de agonía.
Desperté, o eso creía, sumido en una realidad más espantosa que cualquier pesadilla. El horror continuó al descubrir que aquel alarido aterrador provenía de mi propia garganta, desgarrando el aire y resonando en la penumbra. A pocos metros de mí, yacían los cuerpos desangrados de amigos, compañeros que compartían el mismo destino ominoso.
La confusión y el pánico se apoderaron de mí, mientras intentaba entender la naturaleza de esta pesadilla que se manifestaba en la cruda realidad, algo obstruía mi respiración, algo que escupí con desesperación. Sin embargo, la sensación persistente me hizo percatarme de que esos grumos rojizos eran coágulos de sangre, provenientes de pulmones perforados por costillas fracturadas. La urgencia se volvió ineludible cuando el grito de dolor que empecé a emitir mutó en un desesperado pedido de ayuda. Mi cuerpo se convertía en un vórtice de pérdida cuantiosa de sangre, y el tiempo se volvía un enemigo cruel. La ambulancia debía llegar a tiempo, o el destino seguramente sellaría mi despedida.
En ese momento, en la encrucijada entre la vida y la muerte, la realidad se tornó más cruda que cualquier ensoñación macabra, la esperanza flotaba en la posibilidad de la ayuda inminente, pero también se percibía la sombra abominable de la inevitable tragedia. El canto del pájaro, ahora distorsionado y desgarrador, se había convertido en un canto fúnebre de una pesadilla real, donde la línea entre el sueño y la vigilia se desdibuja en la cruda realidad del sufrimiento y la mortalidad.