El Gran Desconocido
La primera vez que San Pablo llegó a Atenas,
entre los innumerables ídolos de piedra que llena-
ban calles y plazas y que arrancaron al satírico
Petronio su famosa frase de «ser más fácil encon-
trarse en esta ciudad con un dios que con un hom-
bre» ', le llamó poderosamente la atención un altar
con la siguiente inscripción: «Al Dios desconoci-
do», lo que le dio pie y ocasión para su magnífico
discurso en el Areópago: «Ese Dios, al que sin
conocerle veneráis, es el que vengo a anunciaros»
(Act 17,23).