Mexican Chicago
Como Chicago en el norte o Los Ángeles en el suroeste, otras grandes ciudades y pueblos de Estados Unidos ya han caído bajo el influjo demográfico de nuestros paisanos —la “invasión silenciosa” a la que se refieren los anglos reaccionarios que no tienen empacho en encargar el cuidado de sus hijos, el mantenimiento de sus jardines y el aseo de sus sanitarios a los trabajadores mojados. Ese conglomerado de migraciones definitivas y temporales, de apenas ayer o de hace muchas décadas, es una realidad que va más allá de los simples datos de que en Estados Unidos habitan no menos de seis millones de mexicanos, quienes, con sus envíos monetarios, además de enriquecer a las empresas de mensajería, han paliado las carencias y el hambre de sus parientes en Zacatecas, Durango, Michoacán o Guanajuato.
Sé muy bien que Francisco y su secuaz no tenían posibilidades, medios, orientaciones y, por decirlo en una palabra, logística, para emprender la reconquista de una ciudad como Chicago, aunque nada más fuera una de sus esquinas o con el ánimo de aprovechar los tiempos muertos en que, a deshoras, esperaban los trenes rumbo al downtown.
Me consta que sus actividades políticas fueron las siguiente y ninguna más: la entrega de una foto autografiada del subcomandante Marcos a los queridos amigos del café Jumping Bean, la asistencia a un baile de la Salsedo Press y, voy a cometer una pequeña indiscreción, la de todos modos fallida tentativa que Pancho hizo por mexicanizar a Sugar Blue, el rey de la armónica que acompañó algunos de los éxitos de los Rolling Stones.
—Alfonso Morales Carillo