El hombre crucigrama
El hombre crucigrama entra en la cafetería, escoge una mesa y coloca el sombrero en el centro. Tras ajustarse la corbata que ha escogido frente al espejo, desabotona la gabardina y abre el cuaderno que lleva en las manos. Sabe que su misión debe iniciar en ese instante, conoce las instrucciones de memoria; pero antes ordena un expreso doble. Cuando se lo llevan, siente que al fin las cosas alrededor están en completa armonía: el servilletero cumple riguroso con su posición de centinela y la luz del sol pega de manera intensa en los azulejos del piso. Como si eso le diera confianza, metódico, se acaricia el bigote, echa los anteojos circulares al fondo de la nariz, pega la punta del lápiz a sus labios simétricos y, a pesar de que el establecimiento se encuentra vacío, comienza a contar sus historias.