Abusos de las formas
Todo movimiento social y cultural pretende la reescritura de la historia. La Revolución mexicana entronizó, simbólicamente, a los otrora vencidos pueblos originarios a través de las operaciones de una élite intelectual que se encargó de exaltar saberes y quehaceres indígenas para incorporarlos a la construcción de una nueva identidad mexicana. Ese tropo bienintencionado se terminó por verificar en la realidad como distinción por raza: los indígenas fueron condenados a hacer artesanía y arte popular, entre otras formas de marginación.
Desde entonces, el arte ha abrevado de esa fuente inagotable de lo prehispánico, la cultura popular y las artesanías: magma vivo del que brotan técnicas y materialidades que los artistas incorporan con-suetudinariamente al circuito de la alta cultura. Los artistas modernos y contemporáneos se parecen en que su relación con la tradición con-siste en su negación. El artesano, en cambio, repite en el taller lo que aprendió de otros y su repetir instruye a la siguiente generación. Los artistas quieren versar sobre lo impensado, ser voz de su subjetividad, y a esas pretensiones las nutren de lo exótico que representa una forma paradójica de la novedad: bárbaro, primitivo, indígena, popular, aborigen, vernáculo, etcétera.
Unos ojos miran a otros con extrañamiento y familiaridad, rechazo y fascinación. Las apropiaciones y los intercambios que acontecen posteriormente pueden simplificarse y etiquetarse como extractivistas y coloniales, pero el asunto es mucho más complejo dado que las transferencias han ocurrido con contagios mutuos2, a veces abusivos, a veces procurando relaciones de equidad, transmisiones libertarias, influencias críticas y emancipaciones.
Quizá, lo que esta publicación ensaya no fue la denuncia justiciera ni la disolución de las categorías “arte” y “artesanía”, sino una vinculación no binaria, una propuesta de criollización que en vez de producir identidades homogéneas procurara posibilidades complejas: tierras fecundas.