Todo está perdido
Juan José Gurrola
JUAN JOSÉ GURROLA GOZÓ DE UN GENIO MALDITO. EN SU VIDA Y SU obra vibran en inconmensurable tensión las fuerzas creadoras y destructoras que generan el universo: caosmos. Sus aportaciones deben ser leídas bajo la estirpe por la que desfilaron Baudelaire, Artaud, Bataille, Klossowski e incluso el criminal Marqués de Sade.
Su trayectoria estuvo empeñada en poner todo en tela de juicio, para evidenciar que las formas políticas, la moral de una época, el buen gusto, la sexualidad oprimida, en fin, todo cuerpo de valores es transitorio, autoritario y relativo.
Los anormales, los inconformes, inexorablemente cargan con el peso de la incomprensión y sus provocaciones no quedan impunes: las conciencias constreñidas se empeñan en negar sus visiones y castigar su osadía. Estas actitudes disidentes con la normalidad nos ofrecen, hoy, grietas en los sistemas rectores; pliegues, repliegues y despliegues que corren las cortinas de las ventanas que muestran el pasaje a otras realidades posibles colmadas de insospechados deseos.
Para entender a Gurrola hay que aceptar la indefinición y la inestabilidad.
Siempre nos esforzamos en replicar las formas sólidas, las certezas que limitan el desequilibrio característico de la vida. El desorden se considera un mal contra el que lucha el espíritu. Gurrola, por el contrario, recibía el desequilibrio como un principio, admitiéndolo sin límites, arrojándose permanentemente al vacío de la existencia.
Crear al borde del abismo, dentro de la tendencia egoísta, lo hizo conducirse a una pendiente de muerte —de aceptación de la muerte— y vivir en libertad con un corazón invertido, sin angustias. Al mismo tiempo, cada acto fue la ejecución de un deseo profundo: llevar a cabo un acto deseado retrasa la muerte.