Helada la cabra de alcohol enterrado
De la elegía por la muerte de la madre al regocijo futbolístico en octavas reales; del poema en prosa que invoca los delirios de James Joyce o los emblemas femeninos de Ingmar Bergman a una ópera en un acto a partir de los retratos de Góngora por Velázquez y de una bella muchacha por Corot encomendados al murciélago Keith Richards y a la sublime Anna Netrevko, la poesía de César Arístides comparte en este libro una resonancia lóbrega-lúdica-lúgubre que extiende sus imágenes y fractura fantasía y perversidad, un anhelo de nombrar a través del estruendo, el temblor, la sensualidad, el gozo y el pantano.