Anecdotario de la Revolución
La Revolución era un huracán desencadenado. Las manos de nuestros campesinos habían soltado el timón del arado y quitado el yugo a la yunta para convertirse en soldados.
Primero, el coahuilense Madero había conjuntado voluntades y representado una esperanza. Vino la nueva revolución, la revolución social.
Carranza, coahuilense también, asumió la cabeza de la reclamación legal. Dos polos atrajeron las miradas: Villa, en el norte; Zapata, en el sur.
Otra vez renacieron las esperanzas de los que no tenían más patrimonio que su propia miseria. Lucharon de nuevo, lucharon incorporándose con los jefes que mejor les convino.
El clamor era el mismo en el ayer y el hoy de su vida: la tierra.