El invencible verano de Liliana
fragmentos
Mientras escribo este texto, mientras leo las palabras de Cristina y de Liliana, los testimonios entretejidos de sus amigas y amigos, compañeros de la carrera, parientes; mientras abro ese archivo de cuidados y amor, ese libro-manifiesto que es El invencible verano de Liliana de Cristina Rivera Garza, a mi teléfono llega una y otra alerta de desaparición: una amiga cercana de amigas, otra niña de 17, una más de 14. La ficción se vuelve un punto de encuentro, un espacio de resonancia. El corazón también arde, de rabia, de dolor. Todos estos dolores me atraviesan el cuerpo, el mío y también el cuerpo político, atravesado, el tejido social desgarrado por todo esto que pasa y sigue pasando en nuestro país. Por lo que le pasó a Liliana. “La muerte pasa, la muerte nunca deja de pasar” escribe Cristina. Y sí, esta aseveración tiene la polisemia de un verso o de una declaración fenomenológica: [porque/por qué] la muerte de alguien querido no deja realmente de pasar nunca en nuestras vidas, y también porque la muerte parece que no deja de pasar por tantas de nuestras amigas, hermanas, madres, novias, hijas, vecinas en estos días.
Este es, como diría Derrida en Demeure: Ficción y Testimonio, “el contexto de las relaciones entre la ficción y la verdad autobiográfica, es decir también entre la literatura y la muerte”. Es decir el contexto de este libro. ¿Novela? ¿Testimonio? Documento de las relaciones entre la literatura y la muerte. Su punto de encuentro, de resonancia.