Urdimbre
Historias creativas del saber mexicano
En un inicio pensé que era sencillo dedicarme a la artesanía. Mis grandes problemas fueron no saber cómo empezar; cómo utilizar mis herramientas de diseño y lograr un buen resultado; cómo recrear piezas prehispánicas; con quién producir y aprender cuáles eran los procesos y materiales artesanales. En mis proyectos de estudiante de diseño en la universidad, colectaba imágenes de revistas y libros extranjeros que encontraba en la biblioteca. Fue un error. Me saturaba de ideas ajenas. Al egresar de la universidad, trabajé en solitario. Aprendí en el ejercicio profesional. Como ejemplo, un día necesité una historia para diseñar espacios para peatones en el centro de Colima. Una historia, para mí, es el eje para elegir colores, formas, texturas y materiales. Al no encontrar referencias escritas y pocos inmuebles antiguos en Colima –por ser una zona sísmica– recorrí las calles del centro. Por primera vez, abrí mis sentidos al entorno.
En las fachadas colimenses de muros altos, ventanales de herrería y patios interiores con naranjos, encontré la historia que buscaba. Esto me marcó profundamente. Entendí que para recrear una obra primigenia, lo vital era encontrar su esencia y luego, armonizar con una nueva historia. Una forma de saberlo era, observando. Posteriormente, me apasioné de la cerámica del valle de Colima. Observé cada pieza de barro bruñido de los museos locales. El antiguo colimense –el prehispánico– exploró su entorno, lo recreó en su imaginaria y lo modeló con sus manos. Creó hombres con tilmas cargando ollas; mujeres con icueis moliendo maíz en metates; gobernantes con pectoral, orejeras y demás artilugios de su investidura. Ese colimense cubrió sus necesidades de incensarios para sus altares; flautas y silbatos para sus danzas; utensilios para cocinar y tomar sus alimentos; ollas para acarrear agua, guardar sal, maíz y frijol. Moldeó también su flora y fauna en líneas vigorosas y cuerpos generosos. Concibió historias de patos, ranas, perros, garzas, caracoles, jitomates, calabazas, serpientes y murciélagos. El perro fue su historia líder. Sintetizó formas y llegó a la esencia de su historia. En la historia forjaba la estructura de la pieza. Fue un gran observador. Si creaba un perro xoloitzcuintli lo modelaba largo y esbelto; si era tlalchichi, panzón y chaparro. Para mí, esta forma de crear es un legado de diseño valioso.
Mis perros de barro y máscara de chaquira gustaron a la diplomacia mexicana, al turismo nacional y extranjero; mi obra Yacana –un tlalchichi en madera de sabino– ganó un premio nacional, y cuatro piezas especiales se exhiben en el Museo de Arte Popular Valle de Bravo, en estado de México. Durante tres décadas recreé lo prehispánico; establecí redes con artesanos wixárikas, zapotecos, jaliscienses y colimenses; en talleres de diseño instruí cómo enlazar una idea creativa a lo propio, armonizar técnicas y materiales para gestar nuevos objetos. Más adelante me pregunté: “en mis proyectos, observar fue la herramienta de diseño y las redes con artesanos, la forma de producir, ¿cómo materializan su obra otros creadores?, ¿cuáles son sus caminos creativos”?