Más de 96 lágrimas
En el año 2018, habrán de cumplirse cincuenta años de acaecido
el Movimiento Estudiantil de 1968; medio siglo durante el cual
se han escrito una gran cantidad de libros, documentos, testimonios,
análisis, hipótesis que buscan explicaciones o crónicas de
los hechos terribles que sucedieron. El gran común denominador que
prevalece, es sin duda la intención de mantener viva una memoria colectiva
y crítica sobre ese histórico episodio, memoria que es tan importante
para nuestro devenir nacional, que ya forma parte de los libros
de historia, oficiales o no; y que permiten aseverar que, en materia de
transformaciones sociales de fondo, se pueden percibir dos visiones del
México contemporáneo: Un México anterior al Movimiento y el México
posterior al mismo.
La gente empieza a perder la percepción de las dimensiones de la tragedia
que vivieron muchos estudiantes y sus familias –amnesia social o
colectiva le dicen algunos–. Los actores del movimiento empiezan a
morir por el efecto natural del medio siglo transcurrido desde que fueron
idealistas luchadores jóvenes; en tanto que muchos de quienes ahora
asumen el desarrollo y la conducción del País, aún no habían nacido.
Por ello es casi obligado seguir hablando y escribiendo del Movimiento
de 1968; al menos como pleitesía a los muchachos que sufrieron
vejaciones, cárcel o destierro; a las familias que se vieron rotas; quizá
como un acto de justicia póstuma a los que perdieron la vida persiguiendo
un ideal.