La vida es una cascada de suspiros
El lenguaje poético, al ser un código cifrado en el telar de una madeja íntima, se permite convivir igual con el hilado de una trama con referentes múltiples, desde varias tradiciones literarias. La poesía de Alejandra Solís se inscribe, sin duda, dentro la tradición de la poesía femenina que va desde las Jarchas y Cantigas de amigo del castellano medieval, hasta diversas poetas del siglo xx como Gabriela Mistral, Guadalupe Amor, María Luisa Bombal o Cristina Peri Rossi, por mencionar solo algunas. Pero no son los únicos vasos comunicantes a los cuales remite.
Una tensión, difícil de identificar por principio, me mantuvo en vilo durante la primera lectura. De suyo este ir y venir, por un aparente desorden temático, disgregaba en mis reflexiones los diversos signos recurrentes: evocaciones todas a elementos de la naturaleza, para hablar de la existencia misma; del amor y del deseo manifiestos en el cuerpo; de la pérdida y la muerte en la dimensión temporal y, en suma, celebra el erótico enigma imbricado en la sensualidad de la vida.
Y en esto último, por su constancia sobre los sentidos de la percepción, recordé los cuartetos o rubaiyat, del polímata y filósofo persa Omar Al Jayyam —escritos entre los siglos xi y xii—, algunos que expresan como la vida puede resumirse, equiparándola a una sola pompa efervescente nacida en la copa de un buen vino: efímera en sus atributos trágicos y festivos. Pero para percibirlo, insiste en sus cuartetos Al Jayyam, es necesaria una honda disposición de los sentidos, inclinados a la emoción. Alegría por el furor de la vida y el reconocimiento de la finitud.
No hay azar en observar la escritura de Alejandra Solís sumada a la de tradiciones literarias incluso más antiguas todavía, pues, aunque sin los rasgos métricos de tales épocas, los versos de la poesía antigua (china, griega o latina) o reflexiones como las escritas en tablillas de boj, por la patricia romana Apronenia de Avitia, nos describen en todo su esplendor el asombro personal por lo cotidiano.
Sin embargo, ya más próximos a nuestra era, también es posible acercarnos a diversos diálogos entre los versos de Alejandra Solís y otras escrituras poéticas. Los epígrafes en cada apartado son un claro indicio de ello: Octavio Paz, Carlos Pellicer, Sor Juana Inés de la Cruz. O, por ejemplo, entre el poema «Besos» de Gabriela Mistral y «Beso» de Alejandra Solís, existe un diálogo suscrito en la letanía formal, utilizada para notar ese signo culminante del imaginario erótico.