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Reseña

Entre 1921 y 1922, Roberto Montenegro pintó el mural El árbol de la vida en la Sala de Discusiones Libres de la Universidad Nacional de México, que ocupaba el antiguo templo de San Pedro y San Pablo. Entre 1922 y 1923, Diego Rivera pintó La creación en el anfi teatro Bolívar de la Escuela Nacional Preparatoria. Las dos obras dieron inicio al movimiento de pintura mural mexicana.

La pintura mural tuvo una larga y desigual fortuna a lo largo del siglo XX . Otros movimientos y artistas se movilizaron para seguir su ejemplo, o bien para contradecirlo. Un siglo después, Gaceta UNAM ha propuesto realizar una revisión de la historia de la pintura mural moderna, poniendo atención especial a los murales que se encuentran en instalaciones universitarias. Tanto San Pedro y San Pablo como la antigua Escuela Nacional Preparatoria son edificios universitarios. Entre 1952 y 1956, al construirse la Ciudad Universitaria del Pedregal, sus edifi cios incluyeron la decoración mural, lo que provocó una intensa reflexión acerca de la convergencia de las artes en la “integración plástica”. El interés de la Universidad por el arte público no se ha detenido, y obras fundamentales como el Espacio Escultórico en el sur de Ciudad Universitaria se emprendieron buscando, si bien con medios muy distintos, emular la conformación de un espacio público alrededor de las artes. Los murales que decoran los auditorios suelen acompañar las controversias y debates consustanciales a la vida universitaria, y son una invitación para la confrontación de puntos de vista y el fortalecimiento de la esfera pública.

Para esta recopilación de ensayos, entrevistas y reportajes, nos ha parecido conveniente comenzar explicando, en la visión de los especialistas del año 2022, qué era, en 1922, una pintura mural. Qué características tenían esas decoraciones, tan novedosas y provocadoras en su momento que distintos periodistas las califi caron de monotes (para contraponerlas con los monitos de los periódicos). No era la primera vez que se pintaban murales en México. A lo largo del siglo XX, las excavaciones arqueológicas trajeron a la luz la pintura mural de sitios como Bonampak, Teotihuacan, Calakmul y Cacaxtla. Los tres siglos de virreinato también abundaron en ejemplos de integración de la arquitectura y la pintura, destacando los murales de los conventos del siglo XVI , que fueron estudiados por los pintoresafines al proyecto inicial del muralismo. En el siglo XIX y en las primeras dos décadas del siglo XX, artistas como Rafael Ximeno y Planes, Juan Cordero o Saturnino Herrán decoraron bastantes edificios públicos.

Murales hay muchos en México, y esa manifestación artística se expandió por diversas ciudades del mundo, lo que hace difícil establecer sus características. Quizá una de las mejores definiciones de lo que es un mural, que además es válida en términos actuales, proviene del artista y teórico David Alfaro Siqueiros en su texto Cómo se pinta un mural (1951):

“Pintura mural es pintura en un espacio arquitectura líntegro, en un espacio que pudiéramos denominar caja plástica…”. Uno de los capítulos de mayo interés para el muralismo es justamente el que abarca sus relaciones con la arquitectura, un reto para la habilidad compositiva y el entendimiento del sentido del espacio, tanto en la arquitectura moderna como en los complejos edificios coloniales en que se intentó la integración plástica. El artista defendía con elocuencia que no se trataba de hacer una pintura más grande, sino de desarrollar un amplio concepto de carácter social y político, que tomara encuenta la importancia del trabajo en equipo, la materialidad y sobre todo la mirada y los tránsitos o movimientos del público que absorbía la obra.

El muralismo se prolonga en México a lo largo del siglo XX con diferentes estilos y características. La Universidad guarda en sus edificios una parte importante de ese patrimonio que aún necesita más ymejores estudios, además de mayor divulgación para ese público que tanto interesó e interesa a sus creadores y mecenas. A diferencia de lo que ocurrió en otras latitudes (como en el caso del realismo socialista soviético), el compromiso social de los muralistas no fue en detrimento de su libertad artística: fueron intelectuales que supieron reservar un espacio autónomo para la búsqueda estética; y podemos aventurar que fue esa independencia de criterio lo que les permitió consolidar el carácter público de su creación. La esfera pública es indispensable para la democracia cultural, social y política. En las últimas décadas, ese espacio para el debate se ha visto sometido a cuestionamientos legítimos, pero también ha sido objeto de ataques autoritarios que, en todo el mundo, buscan restringir las libertades y las oportunidades para la discusión. Por eso tiene gran interés renovar la reflexión sobre uno de los capítulos más importantes en la historia del arte mexicano, cuando las artes participaron en la polémica social.

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