La fragilidad de la cordura
Pasan los días, las noches y la habitación continúa igual. Un catre, una mesa color ocre, cientos de libros y una figura tiritando que inhala el opio. Este narcótico le hace olvidar las lágrimas negras que caen de su corazón. Ese es Jacinto. A las seis de la mañana se levanta, bebe un vaso de vino y recorre las cercanías buscando un nuevo momento de su vida. En el verano de los ochenta conoce a María, escritora. Ella pensaba que el amor más alto es aquel que no espera correspondencia ni premio, nunca hubo palabras, sólo imágenes que para Jacinto representaban unos ojos café oscuro aceitunados