Reseña

Alguna vez, el páramo en el que se constituían los territorios de la frontera norte de México, mostraba un rostro de barrancos secos y desbravados, una tierra sin árboles y de sombras que no existían. En ese erial un grupo de nigromantes se sacó de la chistera un vergel, y le dieron un acta de nacimiento. Y los migrantes, que siempre caminan de una región a otra, dejaron de caminar y se quedaron. Se volvieron sedentarios, nativos de una tierra nueva a la que le inventaron un relato. En sus alforjas traían espejos, para verse y para hablarse a sí mismos, para soñar y para sentirse acompañados. De ahí nace este Páramo de promesas conquistadas, el mismo que Armida Urriaga Fajardo, casi con puras intuiciones, transformó en una historia de vestigios que de un continuo le permitieron tocar las palpitaciones de lo que los pensadores y letrados llaman felicidad. Armida cultivó las perlas de la vida apegada a una frase que identifica a los que dejan de peregrinar: “Aquí nacieron mis hijos, y aquí me ha de alcanzar la muerte”.