Las moradas filosofales
Paradójica en sus manifestaciones, desconcertante en sus signos, la Edad Media ofrece a la sagacidad de sus admiradores la resolución de una singular contradicción. ¿Cómo conciliar lo irreconciliable? ¿Cómo conciliar el testimonio de los hechos históricos con el de las obras medievales?
Los cronistas describen este desafortunado periodo con los colores más oscuros. Durante varios siglos hubo invasiones, guerras, hambrunas y epidemias. Y, sin embargo, los monumentos, testigos fieles y sinceros de estos tiempos nebulosos, no tienen rastro de tales plagas. Por el contrario, parecen haber sido construidos en el entusiasmo de una poderosa inspiración de ideales y fe, por un pueblo feliz de vivir, dentro de una sociedad floreciente y fuertemente organizada.
¿Debemos dudar de la veracidad de los relatos históricos, de la autenticidad de los hechos que relatan, y creer, con la sabiduría de las naciones, que los pueblos felices no tienen historia? A menos que, sin refutar la historia en su conjunto, se prefiera descubrir, en una relativa ausencia de incidentes, la justificación de la oscuridad medieval.