Mío Cid, el juglar y la magia
Si hay algo predestinado en la vida es ser libre. Esteban de Sopetrán, aunque su pubertad transcurriera en un monasterio, conoció la libertad desde que nació, ya que nunca supo quiénes eran sus padres; fue como si la existencia le avisara que su destino era navegar sin dueño alguno. Al salir del claustro gracias a la amistad de quien será el conde de Huete, Esteban huye sin saber que dicha fuga será el inicio de un largo sendero por los reinos de España, en donde aprenderá magia, memorizará cantares, se hará amigo del Cid y viajará a lugares de ensueño pero, sobre todo, estudiará los juegos de la suerte y de la muerte, a los que tantas veces mira de cerca y que, sin embargo, nunca podrá conocer del todo.