Frankenstein o el moderno prometeo
Es bien sabido: Drácula ha sido afortunado a la hora de la revisión y la reinvención. Es un mito con muchas
puntas y posibilidades: dandy, sexy, de fácil reproducción y milenios para reescribirle. Pero el monstruo creado
por el doctor Víctor Frankenstein, en cambio, es mucho más difícil y complejo: no tiene nombre, nace ya
adulto, compuesto de una variedad de miembros y órganos de origen diverso, elegidos por sus atléticas
proporciones y su belleza clásica, en el laboratorio de una universidad y también en los sótanos de la morgue.
El resultado, tal como lo confiesa su creador, es horriblemente defectuoso: el conjunto de trozos humanos,
una vez alentado de vida, no es lo que se dice un modelo de perfección y sí, en cambio, una caricatura cruel
y repelente de la grandeza de la concepción primera. Verlo aterra.
Toda la historia es desagradable y triste, pero al mismo tiempo es tierna y conmovedora e, incluso, en la
cima de su monstruosidad, у toca y despierta en el lector lo que se sospecha son las mejores partes de un
ser humano: las partes maternales, las partes oscuras. Hecho de tantos hombres, el monstruo del doctor
Frankenstein es, en cierto sentido, nuestro espejo, reflejo de aquello que no queremos o no nos atrevemos a
recordar. Su deformidad es nuestra deformidad. Quizá por eso da miedo. Su creadora, Mary Shelley, nació
en Londres el 30 de agosto de 1797. Fue la única hija de dos pensadores progresistas: William Godwin y Mary
Wollstonecraft. Con apenas catorce años, conoce al joven poeta Percy Shelley y huye con él a Francia. El
matrimonio, que duró ocho años, se trasladó a distintos países. Su primera obra, Frankenstein o el moderno
Prometeo, escrita a los veinte años, se convirtió de inmediato en un éxito de crítica y público. Shelley después
publicó otras cuatro novelas, varios libros de viajes, relatos y poemas.