Reseña

En Inventario de lugares propicios para la amistad, Enrique Cortazar recoge, con un fino sentido del humor, los discursos, las ilusiones de cada uno de sus invitados, el gusto por sentirse tan queridos, los aplausos de un público entusiasta y generoso. También, nos regala la agudeza de sus propias observaciones que evidencian un espíritu crítico y jocoso que Carlos Monsiváis siempre festejó con entusiasmo.
En este libro, Enrique Cortazar publica el alegre recuento de una época en que éramos jóvenes y felices, y plasma el registro de esas jubilosas visitas, que no sólo quedaron inscritas en las ciudades que nombré. Posteriormente, y gracias a sus puestos en el Servicio Exterior, seríamos guiados por nuestro Virgilio personal a lugares tan inolvidables como San Antonio y Austin, Texas, y Phoenix, Arizona.
Su don de gentes sólo podría compararse al de Rafael Barajas “El Fisgón”, quien jamás se hace publicidad y rehúye entrevistas y elogios cortesanos. Poeta, Enrique Cortazar tiene la sabiduría del corazón, todo ha sabido hacerlo con una naturalidad principesca, ha demostrado que sabe cómo acomodar en un jarrito los egos de sus invitados de todos los enclaves de la alta cultura de nuestro País.
Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco, José Luis Cuevas, Ángel González, Carlos Monsiváis, Paco Ignacio Taibo I, Eduardo Del Rio “Rius”, Carlos Montemayor, Alejandro Aura viajamos de la mano de Cortazar; y éste aguantó las manías de cada uno y las más estrambóticas peticiones. Pacheco se precipitaba sobre los anaqueles de las librerías de El Paso, Albuquerque o San Antonio y llenaba su carrito como si estuviera en el súper. “¿Dónde vas a ponerlos si en tu casa ya no cabe nada?” “En el piso, aunque sea” -respondía Pacheco a Monsi quien también era un acumulador de torneo.
José Luis Cuevas conquistaba a sus audiencias con su simpatía pero el conferenciante más esperado, el rey de todo el mundo, siempre fue Carlos Fuentes. Fuentes, que se hizo gran amigo de Cortazar, con quien mantuvo una relación permanente y recíproca. Todas las universidades estadounidenses requerían al autor de La región más transparente como si fuera una estrella de rock. Cortazar fue uno de los primeros en lanzarlo por esos lados y a abrirle la frontera, un hecho en apariencia nimio, pero que fue el que le permitió años más tarde escribir La frontera de cristal. Recuerdo que Fuentes afirmaba que nada le gustaba tanto como su encuentro con Enrique Cortazar, porque lo devolvía a la realidad al tratarlo como a un hermano y no como una diva.
Octavio Paz también le brindó su amistad al poeta norteño, desde sus tiempos de ser alumno del Nobel en Harvard, y lo felicitó por una de sus primeras obras de título insuperable: La vida escribe con mala ortografía. Al igual que Carlos Fuentes, Paz se apasionó por la vida de la frontera, las maquiladoras, las autopistas de alta velocidad, y las recepciones en campus universitarios que los aplaudían antes de que hablaran.
Alguna vez le pregunté por su pasión por las letras. Cortazar me confesó que este matrimonio con la cultura nació hace más de cincuenta años. Aún muy joven, escuchó a Carlos Pellicer en la Quinta Gameros de la Ciudad de Chihuahua, y esa conferencia fue el detonador para que un ser excepcional produjera también, además de una obra poética de gran valor, esta obra que ahora nos regala: Inventario de Lugares propicios para la amistad, unas páginas en donde hace un recuento de manera amena e inteligente de su hermandad con importantes creadores de las artes y las letras. Este es un homenaje póstumo de Enrique Cortazar para todos ellos, recordando sus generosidades, su inteligencia y su buen humor; es todo un lujo que ahora usted amigo lector tiene en sus manos.