Reseña

Leer sobre la vida y la muerte en una pequeña población de Jalisco podría generar resonancias macabras, si recordamos Pedro Páramo, donde se observan las sombras espectrales del pasado con los ojos del delirio. Sin embargo, si la actitud es alegre y lo que se pretende es recuperar un paraíso perdido a través de una mirada infantil, el resultado es el opuesto: la experiencia deviene viaje poético donde inocencia e imaginación nos hacen retroceder en el tiempo para volver a vivir esa niñez ideal que es añoranza de todos.
En Ábaco de granizo el recorrido es por Ahualulco de Mercado –pueblo natal de Ernesto Lumbreras–, por sus paisajes y por sus calles, que paso a paso se nos vuelven familiares, con personajes como don Panta, quien conduce un “manantial portátil” para llevar agua a domicilio, y su ayudante enano, de quien se cuenta que suele transformarse en un mancebo rico para robarse a las muchachas más bellas de la región.
Se trata de un pueblo y unas figuras que el autor tal vez extrajo de sus recuerdos en estado bruto, pero que, al pasarlos por el tamiz de la imaginación, se han transformado en relatos inolvidables donde no hay límite entre poesía y narrativa, y donde los hechos reales y los ficticios se confunden para instalarnos en un universo maravilloso en el que, por ejemplo, podemos seguir el sinuoso ciclo del agua desde los pozos y manantiales, los burros aguadores y las carretas-cisterna, hasta las casas y bebederos.
Página tras página, entre leyendas del pasado y realidades del presente, entre excursiones a míticas haciendas y visitas a los negocios importantes de la localidad, entre generosos niños- monstruo y ancianas avaras que llevan al banco costales de monedas de veinte centavos, el pequeño Ahualulco de Mercado de Ernesto Lumbreras adquiere vida propia y, gracias a la alquimia del lenguaje, se fija en nuestro imaginario personal hasta hacernos presentir que fue allí donde pasamos nuestros primeros años.