Reseña

La mañana del sábado 5 de mayo de 1877 la ciudad capital fue despertada por descarga de cañonazos. ¿El motivo? ¿Recordar la fecha gloriosa del 5 de mayo de 1862? O quizás ¿saludar al hombre que habría de ocupar por vez primera la silla presidencial? Y si es así ¿en nombre de quien se hacía ese saludo? Júbilo desbordante se dibujaba en el rostro de este hombre de 46 años que habitaba en la 3.=, calle del Relox Num 5.
Sin duda era muy satisfactorio para este hombre; la quimera había dejado de serlo pues había pretendido desde 1867 sentarse en el trono, ahora era una realidad. Este hombre era el General Porfirio Díaz, cuya gloria de héroe militar no se ponía a discusión: “En ella se halla esculpida la gloria que te has creado, porque ella honrará tu vida; que la Patria agradecida así premia al que es honrado”1, rezaba una composición poética en su honor. El agasajo por este soberbio suceso brindado por sus amigos la noche del viernes 4 de mayo del 77 no tenía parangón, carecía de importancia lo que El Monitor Republicano exhibió: “El Sr. Díaz está predestinado a ser víctima de las ambiciones que lo cercan, en cuyas manos sacrílegas entrega los intereses de la Republica entera”2, disipando cualquier duda por el cual llegaba al máximo poder político.