Por qué volvías cada verano
La identidad se construye colectivamente y, de la misma manera, en este libro, nombrar el trauma de la violencia se hace de forma polifónica y no a través del aislamiento o incluso del autocuidado que normalmente tiene que resolver la víctima singular del yo, sujeto neoliberal. ¿Cómo salir de ese dilema? ¿Cómo narrar la supervivencia y no sólo la victimización? ¿Cómo hacer espacio para el dolor personal dentro del dolor colectivo? Bien cita la autora, “nunca hay una sola víctima” y las voces de Por qué volvías cada verano nos lo dejan claro. Por eso, como escribe Belén López Peiró, “Hablar libera y eso que todavía no desataron sus cadenas. Ni siquiera después de mirarme a los ojos. Las vi y me vi”.
“Todo empezó cuando él te lastimó” pero “aunque te rasguñes, aunque te lastimes, aunque te prendas fuego, siempre vas a estar adentro de este cuerpo”. Entonces, ante el trauma, López Peiró plantea algo distinto: que la responsabilidad de narrar no puede recaer en esa figura de la víctima ya que tampoco la violencia recae en un solo victimario, un individuo. Aunque hay un responsable que la perpetua, no podemos dejar de ver toda la estructura cómplice que permite y alimenta esta violencia.
Así, las voces múltiples que van tramando este relato se componen de las voces internas, a veces las más duras (como la de la “[...] pendeja bien yegua, de yegua castrada”.), la voz “legal” del expediente judicial, las de lxs testigxs, las voces de la familia, las voces de “expertxs”. Es a través de diálogos truncos, de monólogos interiores, de reclamos argüenderos, de llamadas telefónicas, de testimonios, de heridas hechas pregunta y de silencios cómplices que López Peiró va armando un mosaico de la violencia que se vuelve tanto más filoso como necesario, ya que requiere que nosotrxs mismxs pensemos en cuál configuración de ese mosaico nos ubicamos.
¿Seremos capaces de escuchar?
Gabriela Jauregui