Reseña

Parece que José A. Figueroa no tiene problema para deslizar la prosa en forma suave y ligera, tanto que es capaz de trasladarnos de la escena lúdica a la del terror sin romper la línea conductora que todo relato se merece, con sentimientos entroncados, en ambientes a veces un tanto imprecisos, entre lo onírico y lo real, pero con una fuerza que no demerita en lo absoluto la sutileza narrativa. Una habilidad para crear terror, el terror que en este caso horroriza por el simple hecho de ser provocado por personajes auténticamente reales y tan comunes que uno pudiera topárselos a diario; porque el autor nos recuerda que todos tenemos, al modo de Robert Louis Stevenson, a un Dr. Jekyll y Mr. Hyde, con la manifestación de comportamientos intensamente contradictorios, ese dimorfismo humano entre el yo público y el privado, donde pareciera que todos llevamos nuestra maldad oculta que, al desatarse, conduce al crimen con la esperanza de haber transitado por una horrenda pesadilla, pero al despertar la realidad estalla como una bofetada en el rostro.

Estamos ante una pluma inquieta, sin ataduras y con la habilidad no sólo de dar vueltas de tuerca, sino también de asentar verdaderos mazazos con la misma delicadeza con la que nos deja pensando sobre la existencia de mil demonios, arropados en la soledad de nuestros propios delirios.