MéxicoMéxico
Detalle
ISBN 978-607-98918-0-0

Parques revolucionarios
Conservación justicia social y parques nacionales en México: 1910-1940

Autor:Wakild, Emily
Colaboradores:
Halffter, Gonzalo (Prologuista)
Fernández Vázquez, Eugenio (Traductor)
Woolrich, Amanda (Ilustrador)
Cruz, Mariana (Diseñador)
Editorial:La Cigarra, Gestión Cultural
Materia:Tierras forestales
Clasificación:Sociedad y ciencias sociales
Público objetivo:Profesional / académico
Publicado:2020-09-10
Número de edición:1
Número de páginas:352
Tamaño:14x21.5cm.
Precio:$250
Encuadernación:Tapa blanda o rústica
Soporte:Impreso
Idioma:Español

Reseña

Ganador del premio Alfred B. Thomas y patrocinado por el Consejo Sureste de Estudios Latinoamericanos, cuenta la sorprendente historia de cómo se crearon cuarenta parques nacionales en México durante las últimas etapas de la primera revolución social del siglo XX. Para 1940, México tenía más parques nacionales que cualquier otro país. Juntos protegieron más de dos millones de acres de tierra en catorce estados. Aún más notable, Lázaro Cárdenas, presidente de México en la década de 1930, comenzó a promover conceptos afines al desarrollo sostenible y el ecoturismo.

La sabiduría convencional indica que los países tropicales y poscoloniales, especialmente a principios del siglo XX, rara vez han tenido la capacidad o la ambición de proteger la naturaleza a escala nacional. También es inusual que cualquier país haga de la conservación una prioridad política en medio de grandes reformas después de una revolución. Lo que emerge en la hábil investigación de Emily Wakild es la historia de un programa de protección de la naturaleza que tiene en cuenta la historia, la sociedad y la cultura de la época. Wakild emplea estudios de caso de cuatro parques para mostrar cómo el impulso revolucionario se unió para crear el ambientalismo temprano en México.

Según Wakild, los parques nacionales de México fueron el resultado de afinidades revolucionarias tanto por la ciencia racional como por la justicia social. Sin embargo, en lugar de reservas reservadas únicamente para la ecología o la política, la población rural continuó habitando estos paisajes y usándolos para una variedad de actividades, desde el cultivo de cultivos hasta la producción de carbón vegetal. La simpatía por la población rural atenuó el radicalismo de los conservacionistas científicos. Este delicado equilibrio entre reconocer el trabajo moralmente valioso, aunque no siempre económicamente rentable, de la población rural y diseñar un estado revolucionario que respetara los límites ecológicos resultó ser un episodio radical de la previsión del gobierno.

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